Yo estaba harto, me comían el tiempo; entonces los snobeaba, les hablaba a toda hora de mi novela, les decía que por primera vez me sentía satisfecho con lo que escribía, su elaboración me había llevado mucho tiempo, demasiado, pero que al fin sentía que me había vuelto un escritor, un buen escritor, un gran escritor, tal vez. Por eso no podía quedarme con ellos, tenía que apresurarme a darle fin a la obra maestra en la que me afanaba, les quedaría muy agradecido si me dejaban en paz durante esos días; les recalqué que hacerme perder el tiempo era peor que si me robaran dinero. Unos me miraban con rencor, otros con sonrisitas de sorna.