Este propósito se logra después confiriendo cualidades o predicados al mundo. Sin embargo, no todos los estados emocionales son tan «puros» como los ejemplos que él ha elegido. Hay estados emocionales de tipo indeterminado en los que somos incapaces incluso de ponerle un nombre a la emoción y, sin duda, no logramos concretar el cambio que ha experimentado el mundo ni el propósito para el cual se podría haber provocado dicho cambio. La teoría parece de igual modo inaplicable a las emociones estéticas o religiosas, en las que el tono emocional es un aspecto de una situación compleja que no puede ser simplificada en referencia únicamente a su finalidad. Los estados emocionales pueden, de hecho, desembocar en juicios (de los cuales los juicios éticos son los más interesantes) que presentan un tono emocional y respecto a los cuales deberíamos rechazar la idea de «finalidad», no porque esta sea imprecisa, sino porque la pretensión de objetividad de estos juicios es incompatible con el hecho de ser intencionales de un modo encubierto.
Esto nos lleva a la cuestión de si somos conscientes o no de nuestras emociones. Aquí hay dos problemas, uno respecto a la transparencia de la emoción y el otro respecto a la objetividad de los predicados emocionales. En pri