Dawkins reafirma en El fenotipo extendido la idea que presentó originalmente en su libro de 1976 El gen egoísta, según la cual los organismos son máquinas de supervivencia, autómatas programados a ciegas con el fin de perpetuar la existencia de los genes que albergan en su interior. Ahora da un paso más, y nos muestra que, a pesar de que los genes solo controlan la síntesis de proteínas, su influencia va más allá del cuerpo en el que se hallan. Los genes influyen en el comportamiento de los organismos y en su medio ambiente, y cita como ejemplos las estructuras fabricadas por los tricópteros, las presas construidas por los castores o los montículos de las termitas. Todas estas estructuras son consideradas ahora efectos fenotípicos de los genes.
Este nuevo punto de vista permite a Dawkins explicar comportamientos suicidas de algunos organismos, fruto de la expresión fenotípica de los genes de los parásitos que alojan en su interior. El efecto fenotípico de un gen puede ser ilimitado. Dawkins vincula estas ideas en lo que llama “teorema central” del fenotipo extendido, y con él rompe una vez más las barreras teóricas establecidas.