La madre ha muerto en un país lejano y este horror se traduce en una melancolía que marca el tono del relato, un relato inasible. La narradora guarda en su cartera, dentro de su libreta, otra libreta más pequeña con anotaciones de su madre, como si la palabra fuera la única reliquia posible. En este libro la palabra no describe, sino que construye mundos, y por eso se venera y requiere una lectura devota. La voz exquisita de Alicia Migdal evoca en esta novela un tiempo anterior, un verano que ya ha pasado para las muchachas, las muchachas solas, a veces desesperadas, siempre esperando. Muchachas de verano en días de marzo se vuelve una experiencia literaria sobre el desgarro ineludible de lo que ya no es.