Y me fui, con él. No fueron once minutos, sino una eternidad, era como si los dos hubiésemos salido del cuerpo y caminásemos, en profunda alegría, comprensión y amistad, por los jardines del paraíso. Yo era mujer y hombre, él era hombre y mujer. No sé cuánto tiempo duró, pero todo parecía estar en silencio, en oración, como si el universo y la vida hubiesen dejado de existir, y se hubiesen transformado en algo sagrado, sin nombre, sin tiempo.