Primero fue nahui, el sonido, después fue nahua, el sonido armónico de donde nació tlajtol, la palabra para que los Tonacatecutli, señores de nuestra carne, pudieran contarse cosas y cantarse poemas, para que así emergiera el náhuatl, la lengua florida entre las cañas, que regalarían más tarde a los humanos.
Hace más de veinte años escribí Mito y leyenda de los aztecas, con todo el corazón, pero lleno de errores que intenté subsanar en una revisión hecha en el 2014, pero no he tenido el gusto de ver el resultado.
El libro se ha reeditado varias veces desde entonces, y al público