En todos los casos anteriores se muestra que argumentar políticamente tiene que ver con una intervención estética (con intervenciones singulares en nombre de un colectivo, con manifestaciones de cuerpos acomunados u organizados), que en su aparecer (en gestos, en instancias de enunciación y en el mismo aparecer de sus cuerpos acomunados u organizados, en los tratos y los contactos que pueden darse entre ellos) escenifica (muestra, demuestra, de ahí la dimensión estética) los juegos de poder que sujetan o dominan a esos cuerpos; las injusticias y los problemas que estos padecen, y las formas de tratarlos. Además, en los ejemplos anteriores se deja ver que esta intervención estético-política opera a través de la conformación de unos sujetos políticos, cuya demostración no tiene mucho sentido en la gramática existente de lo común, pero sí en otros arreglos colectivos que los manifestantes hacen como si existieran, en medio del orden de lo sensible en el que intervienen.
Los argumentos políticos son entonces argumentos poéticos, argumentos-gestos y siempre argumentos-en-acto, desplegados por corporalidades que, con sus reclamos inéditos, también demuestran que pueden, como no se esperaba de ellas.26 Demostraciones –no necesariamente verbales– que desplazan y modifican prácticas de sentido corporalizadas, muchas de ellas verbales, que pueden apropiarse y desplegarse en escenarios polémicos, fracturando así las corporizaciones existentes (Quintana, 2016a: 16). Dado esto, los argumentos políticos tienen siempre una dimensión corporal, afectiva, y esto es transversal a la constitución y la demostración de