La vitalidad del feminismo latinoamericano en su más reciente irrupción ha resucitado hoy el cuerpo vivo, en movimiento. Lo ha traído libre y suelto a las calles —en tiempos de pandemia, con barbijo, por supuesto—, bello en cualquier formato, libertado de la bidimensionalidad y de la coerción estética que ella impone. Cuerpo afectivo, próximo, festivo y vincular, en estado de libertad irreductible. Esta irrupción callejera muestra, sin negarla ni abstenerse del pacto altruista, la dialéctica propia de la estructura trágica de la vida: expuesta a la muerte, porque es vida.