Ninguna obra de la literatura universal ha sido tan incomprendida y vilipendiada por falsas premisas y fatuos enconos debido a su supuesta ilegibilidad como “Finnegans Wake” de James Joyce, aunque en un primer momento esta postura sería explicable ya que el autor irlandés se propuso escribir novelas para ser estudiadas durante doscientos años. Lo mismo se dijo del Ulises cuando en 1924 un grupo de notables españoles la declararon intraducible.
A diferencia de esos críticos e incluso de admiradores que no pudieron comprenderla, la traducción de Juan Díaz Victoria del primer capítulo demuestra que Finnegans Wake no solo es traducible, sino perfectamente legible, obviamente con la ayuda de numerosos —aunque breves y esclarecedores— comentarios al pie, que nos permiten comprender la estructura onírica de la novela, «donde los personajes, los escenarios, los idiomas extranjeros y el lenguaje nativo se ven sometidos a una condición de deriva casi involuntaria».
Finnegans Wake, más que una obra narrativa, es un gran poema al que no le está vedado ningún recurso: melódico y desquiciante, tierno y nostálgico, obsceno y confesional; pero sobre todo es una extenuante aventura del lenguaje, la imaginación y el conocimiento.