Que su padre está vivo es algo en lo que Olivia –aunque hubiese preferido no hacerlo– nunca pudo dejar de creer desde que desapareció: primero, con el deseo infantil de que la pérdida que experimentaba no estuviera sucediendo en realidad, que fuera un sueño o una ilusión; y después, con la certeza adulta de que el hecho de que no hubiera un cadáver, si no desmentía la idea de que su padre estaba muerto, al menos la ponía bajo una luz ambigua. La desaparición es un tipo de acontecimiento singular, que deviene rápidamente estado y pone de manifiesto que la indeterminación y el doblez son parte de la naturaleza secreta de las cosas de este mundo; no es equiparable a lo que nos sucede tras la muerte de alguien, cuando –durante un cierto tiempo, a menudo tan sólo a lo largo de un añodeterminados objetos y algunos hábitos nos recuerdan a la persona muerta, o más bien al hecho de que ésta ya no vive, sino algo distinto, un régimen presidido por la duplicidad, en cuyo marco cada pequeña cosa es ella misma y a su vez, potencialmente, la pieza que faltaba en el rompecabezas de la desaparición, que explicaría, por fin.