—jamás— tener futuro. Nadie lo resistiría. Ni los místicos lo han hecho. Pero a nosotros la vida jamás podrá parecemos pobre, achatada o mezquina. Si tan inmenso es el espanto —y probablemente no lo conocemos del todo— a quienes regalamos el cuerpo adolescente a la absoluta pasión, con la audacia que sólo los adolescentes poseen, la vida —ocurra lo que ocurra— siempre nos parecerá limpia. Nuestra alteza mental (nuestra templanza) se salvó en la obscenidad primaria de nuestro cuerpo furioso y púber. Haber deseado hasta las uñas de sus pies, hasta sus pelos todos, me ha salvado la vida y la pureza. Aquel terror fue mi futuro, porque sin rabia no hay espíritu. La tranquilidad no llega, probablemente, sin algún rito oscuro. Sin el abismo que fructifica