El populismo reclama de sus seguidores una confianza que no admite vacilaciones ni reproches. Quienes dudan, no tienen cabida en las filas de los prosélitos populistas. No se trata tanto de un asunto de convicciones sino, antes que nada, de fe. El populismo se cohesiona con una fidelidad cercana a la religión. Hay líderes populistas tan envanecidos por la atracción que suscitan entre sus seguidores que no sólo se consideran encarnación del pueblo sino que, además, sostienen que su liderazgo se debe a inspiración o indicación divina. Eva Perón decía de su marido: “Perón es un dios para nosotros, tanto que no concebimos el cielo sin Perón; Perón es nuestro sol, es el agua, es el aire, Perón es la vida de nuestro país y del pueblo argentino”.