uando llegó a la puerta de salida del edificio, aún retumbaban en sus oídos las carcajadas de los niños y la maestra. Corrió a todo lo que daban sus pies hasta que cayó rendida. Le dolían las piernas y tenía hambre.
Tras recuperar el aire, notó que estaba sentada sobre una piedra, al lado de una tienda. Decidida, entró a buscar algo de comer y de beber: un dulce, un pan, una galleta, un jugo, lo que fuera. Tomó un paquete pequeño, que al parecer contenía un panqué. Sacó una moneda y se la entregó al viejito que atendía.