—También necesito que alguien se quede con ellas hasta que yo vuelva a casa. ¿Conoces a alguien que esté disponible para eso? —preguntó.
De hecho, Kennon conocía a alguien. A su madre. A Ruth Cassidy le encantaría cuidar de las niñas, pero si ella se lo proponía, sería como abrir una caja de Pandora. Sabía por experiencia que su madre era de esas personas a las que si les dan la mano no sólo se toman el brazo, sino que además lo lavan, lo depilan y lo masajean.