Las diosas del Olimpo escuchaban las clases en silencio y tomando apuntes, siempre estaban dispuestas a ayudar en todo y sus notas reflejaban horas de estudio y concentración. No eran tan antipáticas en realidad, más de una vez me explicaron matemáticas, pero en el fondo nos odiaban. No comprendían nuestro desinterés, lo insignificante que nos parecía el futuro. Las enfurecía que, si el fin último del colegio es salir de él, nosotras íbamos a lograrlo con mucho menos esfuerzo. Se consolaban con la idea de un triunfo post escolar, con la fantasía de ser nuestras patronas algún día, pero nosotras no esperábamos vivir tanto como para que eso ocurriera.