destierro no fue una experiencia exclusiva de los judíos, sino una práctica común durante los dos milenios anteriores a la era cristiana. Una potencia invasora conquistaba un territorio, deportaba a otro lugar de su imperio a las élites dominantes o, incluso, a toda la población y la aislaba de su entorno, con la intención de que renunciase a defenderse y acabase integrada, aunque desarraigada, en un lugar muy alejado de su patria.