No es tanto una sensación de volar por los aires como de ser llevada a cuestas. Al ser depositada en el arcén, con la cara en el asfalto mojado, su primer impulso es buscar la bicicleta, que por alguna razón ha desaparecido de debajo de ella. Intenta mover la cabeza, pero no puede. Quiere quitarse el casco, porque hay gente mirándola, caras cerniéndose sobre ella, y los cascos de bicicleta le quedan ridículos; pero la gente en cuclillas a su lado parece asustada, y le preguntan sin parar te encuentras bien, te encuentras bien. Hay alguien que llora. Emma se da cuenta por primera vez de que no está bien. Parpadea, con la lluvia en la cara. Ahora seguro que llega tarde. Dexter la esperará.
Piensa en dos cosas con gran nitidez.
La primera es una foto de ella a los nueve años, con bañador rojo en una playa, no se acuerda de cuál, tal vez Filey o Scarborough. Está con sus padres, que la columpian hacia la cámara, contrayendo de risa sus caras quemadas por el sol. Después piensa en Dexter, protegido de la lluvia en las escaleras de la nueva casa, mirando su reloj con impaciencia; va a preguntarse dónde estoy, piensa ella. Se va a preocupar.
Después Emma Mayhew se muere, y cuanto ha pensado y sentido se esfuma y desaparece para siempre.