Iluminada por la pantalla televisiva, la infancia de Gerson Rivelino transcurre en la Guadalajara barrial y setentera, entre amigos sin futuro, madres orilladas a la prostitución, inhalaciones de pegamento, robos a supermercados y escupitajos en la Calzada Independencia: ingredientes sustanciales para una visión sombría, en blanco y negro, frente a una realidad a colores.
La vida del personaje se sucede como la programación de la TV: la perilla gira a los ochenta, atestigua el temblor del 85, refleja las explosiones del 22 de abril en los noventa, ve pasar a políticos y “artistas”, y pulsa el control hasta nuestros días con la decadencia de la comedia, los reality shows y los chismes de la farándula. El lado real de la TV desemboca es el choque de dos mundos separados por la pantalla y llevados hasta su clímax por el quijotesco Rivelino.
Mordaz, José Luis Gómez Lobo retrata en su primera novela la educación sentimental de los mexicanos a partir de la voluntad de las televisoras: mientras existan Televisa y TV Azteca la vigencia de “La otra pantalla” estará garantizada.