Cohibidos, sonrientes, silenciosos, los dos miraron el reloj de pared en el momento en que el señor Barrera se acercó a decirles que era la hora de cerrar y puso la nota en la mesa. Selena se declaró sorprendida de que el tiempo hubiera pasado tan rápido y de que, a esas horas, se escucharan las consignas de nuevos grupos de manifestantes.
En el estacionamiento, después de besarse, juraron que se encontrarían muy pronto y con más tiempo. Así fue: antes de la medianoche, gracias al apoyo de sus computadoras, volvieron a la costumbre de intercambiar mensajes largos, sinceros, íntimos, a veces ardientes y de tal libertad que habrían ruborizado a lectores extraños.