La pequeña ventana cuadrada arriba suyo filtraba la clara luz verde del follaje del gran castaño de indias cuyo destello caía sobre su cabello oscuro y temblaba sobre los platos que Annie estaba bajando del estante y sobre la esfera del reloj de pie. La cocina era muy grande; la mesa lucía solitaria y las sillas estaban en profundo duelo por la compañía perdida del sofá; la chimenea era una cueva negra alejada al fondo, y los asientos rinconeros de la chimenea cerraban otro compartimento, rojizo por la luz del fuego, por donde rondaba la madre. Era una cocina más bien desolada, toda una extensión desnuda de lajas grises desiguales, esos rincones oscuros alejados y muebles austeros.