, sin haber leído mucho, tiene siempre a la mano la cita inventada. Nada más y nada menos: un ensayista que encontró en el amistoso ejercicio de la cita y la mención la posibilidad de convertirse en el mejor personaje del mundo, un personaje que, de otra manera, nunca hubiera podido ser: el señor encargado del sonidero, el de la voz distorsionada y ecoica que manda saludos mientras todos bailan.
Me gusta pensar que la escritura es un pretexto recursivo para saludar a los cuerpos que, misteriosa, directa u oblicuamente, han jalado un cabo en el marasmo de poleas que es la propia escritura. Distantes o íntimos, enemigos, aliados, vivos o muertos, presentes, pretéritos o futuros, conocidos o extraños, humanos y no, villanos o buenos, los cuerpos que menciono en estas páginas (no pocos, ni los cuerpos ni las páginas) son parte de mi vida y a ellos dedico también este libro.