La autoficción en cierto modo obra —y abre— política y religiosamente el cuerpo, que es su materia prima. En primer lugar, la autoficción obra el cuerpo políticamente ya que no se trata de exhibirlo, sino de exponerlo, de ofrecerlo, de darlo a la polis: a la plaza pública. No se trata tanto de un acto de coraje, sino de generosidad, es decir, se trata de una verdadera expiación: borrar las culpas y purificarse de ellas por medio de algún sacrificio. Es en esto que la autoficción es altamente política: el cuerpo es generosamente entregado a la polis desafiando leyes, tabúes, prohibiciones, reglamentos, códigos, estatutos, etc.