Cada vez que en la radio hablo de cine infantil, su filosofía y la influencia que tiene en las personas, escucho una versión de este comentario: «Es entretenimiento, están hechas para ganar plata. No tienen mensaje». Es verdad. Son comerciales. Pero ganan millones de dólares porque tienen contenido filosófico.
Muchos de los valores con los que se criticaba a Disney en los 70 fueron absorbidos por toda la industria de entretenimiento infantil. Hoy los protagonistas blancos y cristianos comparten cartel con una larga lista de etnias y nacionalidades. Las princesas están empoderadas. Hasta la diversidad sexual aparece: Mulan es la historia de una chica travestida, bisexual, incluso queer. Las tres grandes sagas de Dreamworks (Shrek, Kung fu panda y Cómo entrenar a tu dragón) tienen héroes feos, gordos y con discapacidad. Incluso la idea del bien y del mal está cambiando: cada vez hay menos films con villanos que son esencialmente malvados.
Pero un conflicto sigue siendo invisible: la desigualdad de clase. No me sorprendería si en los próximos años se impusiera esta visión de mundo. Un capitalismo feminista, multiétnico, sexualmente diverso e inclusivo con todas las minorías, pero profundamente desigual en lo económico. Los chicos están frente a la maquinaria ideólogica más potente de nuestro tiempo. Porque en Disney, en Pixar, en Dreamworks y en Ilumination se reflejan y se instalan los valores de nuestra civilización.