En Fatiga o descuido de España dos personajes,
A. y B., dialogan sobre el momento actual que vive
el país. Coinciden en que la sociedad española está
en una circunstancia determinante y no dejan ningún
tema sin tratar: desde la identidad de España
y el secesionismo territorial hasta los vertiginosos
cambios de la globalización; desde la constante
revolución tecnológica hasta la amenaza del Big Data;
desde la baja calidad de la educación a la pérdida
del concepto de autoridad; desde la destrucción
de la virtud pública y la corrupción hasta el desprecio
por la cultura y la investigación científica.
A. y B. existen porque dialogan y dialogan porque
la racionalidad les permite versiones distintas
de la realidad del presente y del pasado, algo que existe y que vivimos con pasión porque todavía
no se ha licuado irreversiblemente. A. y B. titubean
y a la vez confían. ¿Hasta qué punto existen
formas de compartir algo –un espacio, la palabra,
la concordia– en el vivir de España? Más allá
de las ideologías, A. y B. tantean numerosos
atajos en busca del centro perdido, un centro que no es político sino de encuentro. Matizan, chocan
o se reencuentran en la perplejidad. Conllevan,
coinciden, pactan o no logran entenderse.
Sobre todo convergen en aceptar la existencia
de los argumentos del otro, el margen vital para
que existan las mayorías limitadas, la alternancia
política, una opinión pública articulada y ese invento
tan frágil al que llamamos libertad.