Pocos productos de la tecnología fascinan e interesan como los automóviles, y todos los años cientos de miles de personas mueren en las carreteras de todo el mundo, y los heridos suman millones. Ballard cree que la clave de esta paradoja ha de buscarse en la imagen misma del choque de autos, depositaria de todas nuestras fantasías de poder y violencia, velocidad y sexualidad. Aterrorizado y subyugado a la vez, el narrador -Ballard mismo- es arrastrado vertiginosamente a un clímax siniestro: una perturbadora visión del futuro donde el sexo y la tecnología consuman un matrimonio de pesadilla. Violenta y aterradora, pero siempre fiel a sí misma, Crash es sobre todo una novela admonitoria una advertencia contra ese dominio de fulgores estridentes, erótico y brutal, que nos hace señas llamándonos cada vez con mayor persuasión desde las orillas del paisaje tecnológico y provocó un tenso debate sobre los límites de la censura contra la «obscenidad» cuando David Cronenberg la adaptó al cine en 1996. La película estuvo a punto de no poder ser estrenada en Inglaterra.