Pero la figura extraordinaria fue ella. Educar inteligentemente a un chico que es enfermito y geniecito... Podría haber sido un monstruo de caprichoso. Y sin embargo, supo hacerlo. Tuvo el tino, cuando vio que la cosa se ponía seria, de decirme: «Si vos querés ser pianista, tenés que estudiar todos los días en serio.» Me ubicó de una manera seria ante la música. Nos peleábamos, pero yo la adoraba. Era hipercrítica. Quería que estudiara más. Y era celoooosa. Me decía: «Sos como la miel, todo el mundo se te adhiere y te hace perder el tiempo.» Y yo le decía: «Bueno, mamá, pero a veces perdés el tiempo con ganas.» No era una cómplice permisiva. Era una cómplice en las cosas que se hacían después de las nueve o diez de la noche, en salir, en ir a cenar. Pero durante el día, que no me molestaran mientras estudiaba. Y me acuerdo que cuando yo tenía algún dolor en la pierna me abrazaba así...
Cierra los ojos y se toma los brazos.