Él nunca va más allá de lo que la partitura permite, pero consigue que la partitura diga mucho más de lo que está escrito. Hay un equilibrio entre emoción y objetividad, que parecen instancias opuestas y en él no lo son. Y con toda su apariencia de divo, es un pianista verdaderamente para melómanos. No es Lang Lang, el pianista chino que busca interpelar a otros públicos o hace demagogia. Es un pianista para pianistas. Lo que distingue a un pianista de otro no es una cuestión de mecanismos sino de sensibilidad rítmica. La manera en que se van manipulando las dinámicas, los matices, el piano, el forte, el pianissimo, cómo genera un crescendo, un diminuendo, si no lo arrebata, si lo dosifica. Y Bruno es un mago con ese sentido. Los crescendos de Bruno son extraordinarios porque están en su punto justo, nunca los arrebata, y llega al punto en que uno dice: «Esto no puede crecer más.» Y crece más. Y después eso se desinfla de manera extraordinaria.