Entre sus últimos días de bachiller y sus inicios en la universidad, un joven de la alta clase media, atrapado por la ambición de ser «un chavista», se lanza al vacío de la rumba diurna y nocturna, con dosis extremas de alcohol, tabaco, drogas y la ansiada iniciación sexual. Cínico y altanero, lo domina la inmediatez del placer hedonista y solo aprecia cualquier contacto social que pueda abrirle el camino a la riqueza y a su visión del éxito: «Tener un Camaro sin placa para estrellarlo cuando me aburra».
«Antinovela de aprendizaje», como la define su autor, este relato trepidante se adentra en el submundo caraqueño de las altas esferas juveniles, donde la vacuidad está a la orden del día y donde el clasismo no impide acercarse con doble moral a los representantes de un poder supuestamente mal visto y execrado. En muchas formas retrata a una generación que es producto y reflejo de un entorno sociocultural, educativo, económico y político desintegrado. Una Venezuela menguada, hueca, banal y decadente, cuyos agentes de cambio solo parecen manejados por las mismas ambiciones de sus opuestos y en la cual, bajo el ruido de la fiesta perpetua y sus notas sin tregua de reggaetón, todo se derrumba.