sufrimiento existe nada más que a nivel personal; y de igual manera se puede decir que todo lo que es personal, es sufrimiento. Todo aquello que es «yo» hace volver, de una forma u otra, al apego, a la privación de la libertad, a la limitación de las percepciones, a la imposibilidad de una investigación verdaderamente independiente, y vuelve a plegarse a esquemas existenciales impuestos por la familia. Haciendo esto se niega, en todo o en parte, lo que se es, viviendo en consecuencia como un ser totalmente aislado. Este sufrimiento esencial sólo puede superarse en lo transpersonal, en eso que es válido para la humanidad entera. El ser humano es en realidad una humanidad. La noción del individuo solitario es una visión egoísta. El individuo solo no puede existir. En tanto que se permanece cautivo de esa ilusión (positiva o negativa) de vivir como un individuo aislado, se vive en un mundo artificial e imaginario.
Muy frecuentemente, el trabajo sobre uno mismo comienza por la toma de conciencia de un sufrimiento. Luego llegan las resistencias: nos resistimos a cambiar, y a menudo las necesidades personales entran en conflicto con las transpersonales. Y también sucede con los deseos, las emociones, los pensamientos. En el punto de partida todo ello se presenta como una integridad confusa e intrincada donde conviene clarificar los deseos, necesidades, sentimientos e ideas que nos animan. Algunos nos son propios, pero la mayoría de ellos son herencia del árbol genealógico.
Al término de un trabajo perseverante e intenso, es posible abrir todos y cada uno de estos centros para hacerles disfrutar la dimensión de la humanidad, y no solamente la de la individualidad. Pero es necesario tener la voluntad de crear una perspectiva objetiva, aislada de los cuatro elementos: una mirada que no sea únicamente la de mis necesidades, la del ser agitado por los deseos que por el momento soy, la de mis emociones y tampoco la de mi intelecto. Esta nueva mirada se divide en dos actitudes, una dirigida hacia el ego y la otra hacia el yo transpersonal, para disolver y conocer por separado el aspecto de cada una de ellas.
En un primer momento, la mirada sobre el ego es ciertamente dolorosa porque reconoce la pequeñez de nuestra identidad ilusoria: «Yo no soy esto». Es lo que les sucede a quienes se inician en la meditación zen cuan