No una biografía de mamotreto, trabajo de treinta años de investigaciones sesudas, nada que suscite el elogio del especialista ni la envidia del ratón de biblioteca. Algo ágil, pero que no desdeñe el rigor y el buen gusto. Un texto, en fin, que atrapara al público joven.
Pensé que este editor también partía de un malentendido. El de allá pensaba que todos los libros eran buenos. Este creía en la juventud colombiana y la suponía rigurosa y exquisita. Pasé por alto el traspié. Le dije que mi deseo era escribir una biografía diferente. No quería celebrar al prócer, sino al naturalista. Me interesaba indagar en las intuiciones del sabio, no en el acaloramiento del militar. Me atraía más el botánico frente a una orquídea en las alturas del Pichincha, que el ingeniero frente a una cureña en las fortificaciones de Antioquia. Todas las biografías han ensalzado, como si fueran una sola, ambas categorías. Yo quería diferenciarlas. Precisé que me gustaría detenerme en ciertas cartas; pero que, respetando lo esencial de sus contenidos, mi pretensión era reelaborarlas literariamen