Cada cual ofrece su propia imagen de Cristo. También la piedad actual sigue respondiendo de las más diversas formas a la pregunta: ¿qué Cristo?, ¿qué significa él para mí? Muy recientes encuestas14, realizadas en todos los niveles sociales, profesiones y confesiones, arrojan los siguientes resultados: unos lo reconocen en el ámbito de la Iglesia, en la plegaria y la aclamación, en los sacramentos y la liturgia, como Hijo de Dios, Redentor, constituido en Señor y Fundador de la Iglesia. Otros lo encuentran «fuera», en la fraternidad humana, en la vida de cada día, como amigo, hermano mayor, pionero y sembrador de inquietud, de entusiasmo y verdadera humanidad. Frente a experiencias personales de conversión y adhesiones espontáneas a su persona, también hay fórmulas dogmáticas y artículos de fe de pura repetición, nociones de catecismo, estaticidad. Para unos, Cristo significa amor, sentido, apoyo, razón de vivir; encarna la felicidad, la paz y el consuelo hasta en las frustraciones, la desesperanza y el dolor. Para otros es más bien anodino, significa poco, nada puede ayudar. Mientras los unos se sienten impulsados por él a la reflexión, la meditación y la veneración, los otros reaccionan tajantemente, irritados a veces, con evasivas, como sin saber a qué atenerse.