se compone de esos días, y envejecemos, y morimos. Todo eso no me hace ninguna gracia. La vida es demasiado corta; apenas hemos pasado la juventud y ya nos encontramos en la vejez. Yo querría que tuviéramos cien años asegurados, y el resto en la incertidumbre. ¿No lo deseáis también vos, querido primo? Pero ¿cómo podríamos hacerlo? Mi sobrina será de mi opinión, según la felicidad o infelicidad que halle en su matrimonio. Ya nos dirá cómo le va, o no nos lo dirá. Sea como fuere, sé muy bien que no hay dulzura, comodidad ni placer que no le desee en su nueva condición de casada. Hablo a veces de ello con mi sobrina la monja; me parece muy agradable y me recuerda mucho a vos por la inteligencia. A mi entender