El Viajero del Tiempo regresó a la noche precisa de 1810 y no reconoció a Miguel Hidalgo, que no se parecía a sus fotos.
—De hecho, ni fotos son —le explicó luego—. Son pinturas. Casi todas de mucho tiempo después de hoy, hechas para unas cosas que se llaman láminas o monografías y se venden para las tareas escolares… a menos, claro, que se prefiera usar internet…
Y así sucesivamente, mientras el cura Hidalgo no sabe cómo decirle al visitante extraño que se vaya, porque él tiene que ir urgentemente a encabezar un levantamiento.