Probablemente dios ha muerto, pero sin duda el diablo existe. Lo sabemos porque su séquito –todas esas criaturas viscosas de la noche, los muertos que traman venganzas en sus tumbas, las lágrimas de sangre, los peluches que cobran vida— prospera con una naturalidad apabullante en los suburbios de las ciudades, en los poblachones sin presente y en los campos atávicos de Hungría, mezclándose con la gente de a pie. Los acólitos de las sectas más desquiciadas tenían razón: contratas un tour en una agencia de viajes, o te vas con la familia a hacer una escapada rural o con la pareja a un spa, o sacas a pasear al perro de un amigo, y el horror se revuelve y te estalla en la cara. Con toda la puntería que hace falta para dar donde duele, con una exuberancia que se te incrusta en la imaginación. Hace falta sentido del humor para soportarlo. Quienes no lo tienen, enloquecen.
Estos doce relatos, como los doce episodios de una miniserie de terror, contienen un mundo espantosamente creíble, plagado de imágenes en movimiento, diálogos veraces, rápidas escenas construidas sobre el detalle exacto. La escritora argentina Mariana Enriquez, que firma un entusiasta prólogo a esta edición, fue quien descubrió para el lector de lengua española a Attila Veres, cuyo excepcional libro desmonta uno por uno todos los prejuicios y demuestra que el género y la cultura popular no están reñidos con la gran literatura. Bienvenidos a la versión weird del malestar existencial que recorre nuestro tiempo: Negro tal vez.