Muchos de ellos conocían a George, a John o a Fleeta, pero su cólera, como la mía, se encendía por todos los hombres y mujeres negros cuya vida hubiese sido paralizada o destruida en cualquiera de las Soledad del país. No necesitaban mucha cultura o información para saber aquello. Los grises muros y el sonido de las cadenas habían afectado no solo sus vidas, sino las de todos los negros del país. En algún lugar, en algún momento, ellos habían llevado aquellas cadenas o habían conocido a alguien que las había llevado.