Mientras revolvía estas dudas en la mente, Atenea
se presentó a su lado y dijo a Diomedes, de la casta de Zeus:
«Acuérdate ya, hijo del magnánimo Tideo, del regreso
510a las huecas naves, si no quieres volver en despavorida huida,
no sea que otro dios despierte también a los troyanos.»
Así habló, y comprendió que la voz de la diosa había hablado
y montó aprisa en los caballos. Ulises los arreó con el arco,
y éstos echaron a volar hacia las veloces naves de los aqueos.