El principio fundamental del poder y de toda acción política es que nunca hay que demostrar ni la apariencia de una debilidad. La fuerza no solo se hace temer, sino que también se hace amar, incluso por aquellos a los que somete violentamente; la debilidad no solamente no es temida, sino que inspira siempre cierto desprecio y repulsión, incluso en aquellos a los que favorece. No hay verdad más amarga y, por eso, generalmente más ignorada.