Sonrieron los dos, allí de pie. Los dos sintieron una hilaridad compartida, provocada por el movimiento de las olas; y, luego, por el veloz cortar del mar de un velero que, tras surcar una curva de la bahía, se detuvo; tembló; dejó caer la vela; y entonces, con instinto natural para completar la imagen, después del veloz movimiento, ambos miraron las dunas a lo lejos y, en vez de alegría, sintieron que los sobrecogía cierta tristeza, en parte porque aquello había terminado y en parte porque las escenas distantes parecen sobrevivir un millón de años (pensó Lily) al que las observa y estar ya comulgando con un cielo que contempla una Tierra totalmente en calma.