Nadie puede decidir a quién amar, como tampoco puede decidir si estar loco o no. «No se vuelve loco el que quiere», decía Lacan. No puedo decidir «Yo» a quién amar. El enamoramiento –al igual que la locura– no puede ser un acto de voluntad. El amor y la locura escapan al poder de la conciencia. La elección del amado no viene del Yo, sino del inconsciente. Responde a una amalgama de hilos, de detalles, de tramas, de oscuras razones de las que no somos dueños. Cuando digo «te quiero», recuerda Lacan, debería añadir siempre «aunque no sepa por qué». El amor nunca es fruto de cálculo alguno; no es amor por un conjunto de cualidades que supuestamente definen al amado. Nunca es amor por algo, sino por todo. Por todo lo que veo y siento que pertenece al Otro.