La metamorfosis como destino
Una vez hemos nacido, ya no tenemos elección. El nacimiento hace de la metamorfosis un destino. Estamos en el mundo solo porque nacimos. Lo contrario también es verdad. Haber nacido significa que somos un pedazo de este mundo: coincidimos formal y materialmente con Gaia, su cuerpo, su carne, su respiración. Esta coincidencia es algo más extraño y complejo que una simple inclusión topológica de la Tierra en nuestro cuerpo. Somos, en verdad, un pedazo de este mundo, pero un pedazo cuya forma tuvimos que cambiar. Somos un puñado de átomos y de cuerpos que estaban —todos— ya ahí y a los cuales quisimos, pudimos y debimos imponer una nueva dirección, un nuevo destino, una nueva forma de vida.