Alcanzar a través del cuerpo un desplazamiento fuera del cuerpo, transustanciarse en un revoltijo mortal de secreciones para olvidarse del otro y de uno mismo, ser pura superficie: el olor que despedimos, los aceites que nos lubrican, la piel que nos protege. Estar como una suma sin nombres de músculo y grasa. Si el destino de Dios era hacerse carne, el nuestro es salir de ella por ella. Sentir placer es sustituir al cuerpo por la sensación del cuerpo: