Era su sonrisa de confianza. La que compartía conmigo. Era mía. Y por la espalda me subió algo cálido y reconfortante que me decía que Ivan se sentía tan confiado como yo. Lo teníamos dominado, pero juntos, así que no pude evitar dirigirle una sonrisa más amplia que antes. Nada del otro mundo, pero era suya y solo suya. Y él lo supo, porque su sonrisa se ensanchó aún más