pestilente. Los tendederos de pañales por todos lados, en el baño, en la recámara, en la sala. Para ti no había espacio y a pesar de eso tratabas de luchar. Pintabas cualquier cosa y salías a venderla a la calle o de oficina en oficina. El poco dinero ganado era para la leche de los niños, cualquier otro alimento, jabón, ahorros para la renta siempre retrasada. Los niños mayores no iban a la escuela porque no tenían zapatos, tan descalzos como carentes de ganas. Teresa quería ir al cine como si fuera un placer tratar de divertirse con los hijos a
cuestas. Los vecinos se quejaban del ruido y el dueño del edificio golpeaba la puerta, amenazándolos con lanzarlos a la calle.
Oye, Abel… ¿recuerdas todo esto? Recuerda el día que, aturdido por el llanto de tu hijo más pequeño, trataste de callarlo con una almohada. El niño murió asfixiado. Huiste de casa y te refugiaste en un terreno baldío. Viviste ahí, dentro de un depósito de concreto para agua, sumido en la estrechez y en la oscuridad, apestado por el remordimiento de tu involuntario crimen. Infanticida muriendo como rata, sin agua ni comida. A veces, quitabas la tapa y sacabas la cara al sol, e incluso te animaste a salir para ir a beber agua al charco. Cinco días estuviste así. Al pensar en tus otros hijos, lograste reaccionar y volviste a tu casa. Teresa nada te dijo, ni siquiera hablaron del entierro de Jorgito, ni de lo que más importaba saber, si hubo o no líos con la policía, averiguaciones. Al parecer la eliminación de un infante que a nadie le importa no trastocó la normalidad.
Conseguiste madera y dentro de la recámara construiste un cuarto de un metro cuadrado, lo tapizaste con corcho aislante. En él te encerrabas, escapando de los rostros y del ruido, centrado en la sombra reducida y espesa, enajenado de todo, misógino, atendiendo tus fobias mientras afuera tus hijos se morían de hambre. Teresa te sacaba a la fuerza, te obligaba a pintar un cuadro y salías a venderlo para después volver al aislamiento. Un día encontraste el cuartito deshecho, celda íntima anulada por quien no entendió tu criptomanía. Con terquedad lo