Solo quiero que sepas que, aunque no te sienta presente, voy a recordarte. Y si un día encuentro las fuerzas para amar de nuevo, sabré que es amor…, porque tú me enseñaste lo que era. Antes de ti, cualquier atisbo de amor que pudiera percibir era mentira. Y eso no lo sabía hasta que tú entraste en aquella sala, sosteniendo una espada de oro, callado y orgulloso.
—Me atrapaste sin decir palabra. No sé si te lo he dicho alguna vez. Era tuya desde el principio. Desde el segundo en que se cruzaron nuestras miradas, quedé prendada. Y tú me prometiste amarme sin condiciones, y lo hiciste. Muchas gracias, Silas. Gracias.