El Filósofo Caleño, estudioso de Heidegger, sueña con el crimen de una mujer, que yace desnuda y muerta, y en el que al final aparece Tarzán. Contrariado, le pide a Faraón Angola, filósofo y detective, un Sherlock Holmes negro, que resuelva el caso onírico y le entrega, porque puede servir como un indicio o como una pista, un manuscrito: Tarzán y el filósofo desnudo. Faraón, como buen detective y buen amante, consigue a su Watson femenina, a Deifilia. La novela que nosotros leemos está hecha del manuscrito del Filósofo y de otro en el que los detectives consignan las historias inventadas, los sueños y las entrevistas con las que intentan resolver el caso. Como si nosotros fuéramos también detectives, vamos conociendo la vida del Filósofo Caleño, a su contradictoria amante Ofelia, a un escultor que mientras hace una obra come bananos, y a una serie de filósofos que se reúnen en la ciclovía para chismosear y, mientras lo hacen, van apareciendo sus frustraciones y sus crisis e incapacidades para amar, escribir y tener un buen sexo. ¿Qué relación existe, así las cosas, entre la filosofía y la selva, entre los filósofos colombianos y Tarzán, entre un crimen y la filosofía o entre un crimen y una mujer? ¿Qué hace Tarzán tomando en la universidad un seminario sobre Tarzán, dictado por los filósofos? ¿Aprende algo sobre sí mismo? ¿O tal vez tiene una revelación sobre sus maestros?