y como están hoy las cosas, nuestra cultura es, de lejos, demasiado crítica con la gente que consume comida basura y muy poco crítica con las empresas que se enriquecen vendiéndola. Dedicamos mucho tiempo a hablar de alimentos poco saludables en relación con la culpa individual y la falta de fuerza de voluntad, y muy poco tiempo a cuestionarnos la moralidad de las grandes compañías alimentarias –que han escogido a los consumidores más pobres del mundo como su público objetivo para venderles productos que les harán perder la salud– o de los gobiernos que permiten su funcionamiento.