A partir de aquella mañana, siempre habría algo más, porque los suicidas se matan, pero nunca se mueren del todo. Sobreviven en la conciencia de quienes les sobreviven, y su amor es implacable, capaz de imponerse al tiempo y al espacio, tan poderoso que resucita las culpas olvidadas, el sufrimiento amortiguado, los errores que parecían haber caducado. Desde que Marcos murió, tengo veinte años todos los días, en algún momento de todos los días. Desde que Marcos murió, todos los días abro la carpeta, saco los dibujos, los miro, los toco, y me lamento. Desde que Marcos murió, todos los días comprendo que el resto de mi vida ha pasado en vano, que no ha vuelto a sucederme nada, que no he sabido hacer ninguna cosa bien sin ellos. Ésa ha sido su herencia, tal vez su venganza.