Mientras Harriet profería sus desesperados gritos animales y se rascaba febrilmente el cuerpo infestado de piojos, los Staunton, en el piso de abajo, llevaban una vida normal, haraganeaban al calor de la chimenea y comían hojaldres y chuletas de ternera. No es solo un delito, es… inexplicable. Sin embargo, en manos de Jenkins, la complicidad del cuarteto se revela con maestría. Jenkins tiene una capacidad singular para descifrar los códigos psicológicos y desentrañar la lógica más enrevesada.