cota de maldad nunca vista hasta entonces, a la que llamó el «mal absoluto», ya que los campos de exterminio se caracterizaron por negar toda dignidad al ser humano. En esa masacre, realizada con eficiencia, se extirpaba a los presos de la condición humana, se producía su total cosificación, y ese era un mal que no puede ser perdonado, a diferencia de la maldad convencional, incluso grave —por ejemplo, un asesinato—, en la que el responsable mata a la otra persona pero no le niega su carácter humano y, en ciertos casos, puede ser perdonado.2