Guillermo Jiménez, escritor y diplomático, dibuja la ciudad que lo vio nacer a través de los recuerdos de quien, en un estado de duermevela, comienza a evocar al Zapotlán de su infancia: con sus calles, su vegetación, sus costumbres y su gente.
El narrador, “horadando el tiempo, horadando la noche”, reconstruye pequeños cuadros de la memoria que colorea con arte renacentista y analogías de grandes pintores y sus obras. Rememora la cotidianidad de la vida que pasó y que pasa, mientras intenta conciliar el sueño, en un tono poético que muestra cómo la divagación de la mente encuentra conexiones entre tiempos y espacios lejanos. Este es el Zapotlán del narrador, absolutamente suyo, marcado con las líneas paralelas del ayer, que fluye entre la noche y la vigilia.